Venerable (muy semejante a Cristo) Padre Alipio, iconógrafo de la Laura de las Grutas de Kiev
Llamado por los rusos "icónico", que significa "custodio de las imágenes," san Alipio es
considerado el primer iconógrafo de la Rus’. Bajo el reinado del príncipe Vsevolód Iaroslávich (1078-1093) en Kiev, llegaron iconógrafos desde Constantinopla a la Lavra de las Grutas, que estaba bajo la guía de San Nikon (1078-1088), para pintar la iglesia. Alrededor del año 1084, san Alipio fue confiado por sus padres a estos piadosos iconógrafos,
para ser instruido en dicho arte. Un día, mientras trabajaban en un mosaico del santuario, el icono de la Madre de Dios comenzó a brillar más que el sol.
Al principio, éstos no podían fijar la vista en esa luz deslumbrante, y cayeron postrados en tierra llenos de temor. Tras
un instante, levantándose un poco, quisieron ver lo que estaba
sucediendo, y he aquí que, de la boca de la Purísima Madre de Dios salió volando una paloma, que se dirigió hacia el icono del Salvador, y allí desapareció. Todos miraron a su derredor,
pensando que la paloma había
escapado afuera. Ella, al punto,
salió de la boca del Salvador, y comenzó a revolotear dentro de la iglesia,
acercándose al icono de cada uno de los santos, posándose en la mano de algunos, y sobren la cabeza de otros, entonces, descendió y se acurrucó detrás del icono milagroso de la Madre de Dios. Los que estaban abajo,
como querían capturarla, tomaron una escalera y la apoyaron contra la pared, pero no pudieron encontrar el avecita
ni detrás del icono, ni detrás del velo del altar. Dado que no entendían donde había desaparecido el ave, miraron por
todas partes, y cuando volvieron la vista al ícono, otra vez la paloma salió de la boca de la Madre de Dios y voló en lo alto hasta la
imagen del
Salvador. Entonces
ellos le gritaron a los que estaban en los andamios: "¡Captúrenla!", y ellos tentaban con sus manos para apresarla, mas la paloma regresó a la boca del Salvador, de donde había
salido. En ese preciso instante, una luz más fuerte que el sol brilló ante todos los presentes, que cayeron rostro en
tierra y comenzaron a adorar al Señor. Entre ellos estaba Alipio, que pudo ver la acción del Espíritu Santo, que
verdaderamente mora en la Lavra.
Después de la terminación de la iglesia en 1087, Alipio recibió el santo
hábito angélico, progresando no sólo en el arte de la iconografía, sino también en las santas virtudes. Se esforzó en imitar a los santos en su vida, por eso se
volvió capaz de representarlos correctamente en imagen. Continuamente en su trabajo, no conoció el reposo, ya que trabajaba durante
todo el día, y pasaba las noches en oración acompañadas de innumerables postraciones. Jamás
nadie lo vio ocioso, y ni una vez se abstuvo de participar en la Liturgia comunitaria
por causa de su trabajo. Habiendo
abandonado toda idea de lucro, es
decir, habiéndose vuelto un "anárgiro" (“el que desprecia el dinero”) rechazaba el pago por sus iconos y cuando aceptaba una retribución, la dividía en tres partes: una, para los materiales necesarios para la preparación, otra, para los pobres, y la tercera, para las
necesidades del monasterio. A menudo, rogaba a sus amigos, diciéndoles que, si por casualidad vieran algún ícono deteriorado en alguna
iglesia, que se lo trajeran a él, y él, tras restaurarlo lo devolvía a su lugar. Hacía todo esto para no permanecer ocioso,
ya que los Santos
Padres han
recomendado a los monjes el trabajo manual, juzgándolo grande delante del Señor, como dice el apóstol Pablo, "no hemos
comido el pan de nadie, mas hemos trabajado con
fatiga y esfuerzo día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros "(2 Ts 3,8). El higúmeno habiendo comprobado que la gracia de Dios había en verdad
plasmado la imagen del Salvador en su alma, decidió ordenarlo sacerdote. Desde entonces, el santo llevó un mayor combate ascético, y comenzó a brillar también
como taumaturgo
.
Un rico habitante de Kiev, afligido por una cruel
enfermedad de la piel, no habiendo encontrado ninguna curación con los magos, charlatanes y personas de otra religión, decidió, por consejo de un amigo, recurrir a
los Padres de la Lavra. Pero yendo con duda e incredulidad, cuando se lavó la cara con agua del pozo de San Teodosio, sus heridas se inflamaron, desprendiendo un olor insoportable. El pobre hombre volvió ante su
amigo lamentándose, y sin atreverse a mostrarse en público. Durante varios días permaneció encerrado en la casa y le decía a sus amigos: "La deshonra me ha golpeado mi
rostro. Me
he convertido en un extraño para mis hermanos, y todos se mantienen a distancia de mí, porque no fui con fe a lo de los santos Antonio y Teodosio". Y por días y días permaneció en ese estado, a la espera de la muerte. Luego, arrepentido de su falta de fe, decidió ir a confesar sus pecados ante San Alipio. El santo le dijo: "Hijo, has
hecho bien en confesar tus pecados a Dios delante de mi indignidad. En efecto, dice el profeta David: "Confesaré todos mis pecados al Señor, y Él te perdonará la
iniquidad de mi corazón '" (Sal 32,5). Después de haberlo instruido largamente sobre la salvación del alma, Alipio tomó la caja de pigmentos con los
que escribía
los iconos, y que cubrió las llagas purulentas de su rostro, que de pronto recuperó
su aspecto original. Luego, llevando al hombre a la iglesia, lo hizo comulgar los Sagrados Misterios. Enseguida, lo mandó a lavarse con el agua que
se usa en las abluciones de los sacerdotes después de la Liturgia. Habiendo actuado con fe, el hombre fue entonces completamente curado. Como agradecimiento por esta curación, un bisnieto de ese hombre hizo fabricar un tabernáculo de oro que fue colocado sobre
el santo altar de la purificación. A todos los
que quedaron maravillados por milagro, el santo les dijo: "Hermanos, considerad lo que se ha dicho: " Un siervo no puede servir a dos señores (Mt. 6,24). Ahora bien, este hombre que una vez sirvió al Enemigo con el pecado de la brujería, cuando fue atacado por la lepra a causa de su incredulidad, antes de venir al Señor, desesperaba de
su propia salvación. Pero el Señor dice: "Orad, y no sólo orad, mas orad con fe, y recibiréis" (Mt 7,7). Y cuando él hizo penitencia ante Dios, y yo hube oído su confesión, Aquel viene en ayuda de
inmediato, le concedió Su gracia". El hombre fue sanado, llegó a su casa, glorificando al Señor, a Su Purísima
Madre, a los Santos Padres Antonio y Teodosio y al bienaventurado Alipio. Este último, luego fue venerado como un nuevo Elías, quien
había curado de la lepra, a Naamán el Sirio (cf. 2 Re. 5,. 14).
Un hombre piadoso de Kiev había construido una iglesia que quería decorar con siete iconos grandes y para su ejecución eligió las
tablas y
le entregó el dinero a dos monjes de la Lavra, pidiéndoles que enviaran su
pedido a San Alipio. Pero estos monjes, presa del amor al
dinero, guardaron el importe para sí, sin decir nada al santo. Pasado un tiempo,
el hombre quiso informarse
de cómo iban los trabajos. Los monjes le respondieron que Alipio estaba trabajando, pero que todavía le faltaba más dinero. Y el hombre respondió: "Aunque
me pida más diez veces, se lo daré. No quiero nada más que su bendición, su oración y la obra de sus manos". Los impíos ya habían repetido su engaño por
tercera vez, pero cuando el hombre envió a su mensajero para preguntar si los iconos estaban listos, le dijeron que Alipio había tomado el dinero, pero que se
había negado a pintar los íconos pedidos. Así que aquel fue a protestar en persona ante San Nikon. Mientras tanto, Alipio era completamente ajeno a
lo que sus dos co-hermanos habían hecho. El higúmeno llamó a Alipio y le dijo: "Hermano, tú
que sueles pintar gratuitamente, ¿por qué has hecho esta injusticia a este hijito nuestro, que te ha dado todo lo que le pediste?" Él respondió: "Venerable
Padre, tu
Santidad sabe
que nunca
he sido negligente en mi trabajo. Pero ahora puedo asegurar que no sé de lo que estás
hablando". El higúmeno contestó: "has recibido tres pagos, para llevar a cabo siete iconos." A fin de apoyar lo que estaba diciendo, San Nikon envió monjes a buscar las tablas que pudieran haber quedado abandonados en sus reservas. Pero en vez de tablas polvorientas, descubrieron siete magníficos iconos, recientemente pintados, que causaron admiración de todos los que los contemplaban. Poco después, llegaron los dos monjes, y como no sabían nada de lo que había pasado,
comenzaron a acusar
al santo: "has recibido tres pagos, pero no has pintado los iconos " El higúmeno había
hecho traer esos iconos "no hechos por
mano humana", para que testimoniaran la inocencia del santo y todo el mundo dijo: "estos iconos fueron pintados por el mismo Dios". Ellos los vieron, y quedaron
estupefactos ante el milagro. Como los dos monjes habían robado al monasterio, fueron declarados
culpables, tras lo cual fue les quitado todo lo que poseían, y finalmente fueron expulsados. Pero a pesar de esto no desistían de su maldad y continuaron calumniando al Santo diciéndoles a todos: "Nosotros fuimos los que pintamos los íconos, pero el maestro nos los encomendó, no nos quiso pagar, e inventó toda esa historia para privarnos de la recompensa. Es una solemne mentira decir que los iconos los ha pintado Dios, y no nosotros". Y trataban de persuadir a las personas que venían en masa a ver esos iconos. Y ellos lograron impedirlo, porque con el tiempo las personas le creían a esos dos monjes detractores de Alipio. Pero Dios glorifica a sus santos, como dice el Señor en el Evangelio: "No puede permanecer oculta una ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara para
ponerla bajo un celemín, sino sobre el
candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa" .(Mt. 5, 14-15).
Algún tiempo más tarde, se produjo un incendio en un área de Kiev situada a orillas del Dnipró, bajo la colina de la ciudad y fue destruida la iglesia en la que se habían expuesto los siete iconos. Tras el incendio, se
descubrió entre los restos esos iconos absolutamente intactos. Esto
le fue contado al Príncipe Vladimir Monómaco (1053-1125),
que fue hasta el lugar para ver este milagro. El príncipe alabó a Dios, tomó el icono de la Madre
de Dios y se lo envió a su hijo Mstislav (10761132), para que lo llevara a
una nueva iglesia de piedra que este había hecho construir en Rostov. Cuando, tiempo después,
la iglesia se derrumbó, el icono no sufrió daños, y fue transferida a la antigua iglesia de
madera. Algún
tiempo después, esta también fue destruida por el fuego, pero una vez más, el icono se mantuvo intacto, y jamás fue consumida por las llamas.
En otra ocasión, un hombre muy piadoso le encargó a San Alipio un icono del patrono del lugar. Al cabo de unos días, el Santo cayó enfermo, y comprendió claramente que la muerte estaba cerca, de modo
que no iba a ser capaz de llevar a cabo el encargo. Debido a que en cuenta
que el hombre
le pedía que se apresurara, Alipio dijo, "¡Hijito, no me apresures! Más bien, confía tus preocupaciones al Señor por este icono, y verás que el Señor mismo proveerá. Te aseguro que para el día de la fiesta patronal, la imagen estará en su lugar". El hombre se tranquilizó y, confiando en las palabras del santo, volvió a su casa satisfecho. La víspera de la fiesta de la Dormición de la Madre de Dios, el hombre quiso llevarse el
icono, pero
cuando vio que no estaba listo, y que
encima Alipio se había agravado, comenzó
a decirle: "¿Por qué no me
has informado de la gravedad de tu enfermedad? Le hubiera dado a la tarea a otra persona. Pero me has cubierto de vergüenza, al
no haber terminado a tiempo mi icono". Le respondió el Santo, "¿Crees
que he obrado así por pereza? ¿Crees acaso que el Señor no cumpla su palabra, y no haga pintar la imagen de su Madre? Yo estoy
por dejar este mundo, como Dios me lo ha revelado, pero después de mi muerte Él te consolará". Al oír estas palabras, el hombre se fue a su casa muy triste. Tan pronto como se fue, vino un hombre joven, todo resplandeciente,
que tomó la caja de pigmentos, y comenzó
a escribir el icono. Al principio, Alipio pensó que era otro iconógrafo enviado por el cliente, pero la velocidad con la que realizaba el trabajo era algo sobrenatural. Ese joven con gran habilidad preparó el fondo de oro, molió los colores en la piedra, y completó el icono en tres horas. Finalmente dijo:
"¡Monje!, ¿está bien así o he cometido algún error?" Y el santo respondió: "Has
trabajado magistralmente. Con la ayuda de Dios, pintaste este icono como un gran artista". Llegada la noche, el joven y el icono habían desaparecido. Mientras tanto, el hombre que había encargado el icono, después de haber
pasado la noche entre penas y tormentos, pues temía que el día de la fiesta no podía ofrecer el
icono y, por tanto, se
consideraba pecador e indigno, por
la mañana se fue
a iglesia de llorar por sus pecados. Cuando
abrió la puerta fue sacudido por el estupor, al ver el maravilloso ícono, resplandeciente, en su lugar, de
acuerdo con la
promesa del
santo. Creyendo que se trataba de una aparición, el hombre cayó al suelo desvanecido. Cuando volvió en sí, se dio cuenta de que se trataba de un verdadero icono, y pensó inmediatamente con temor en las
palabras de Alipio. Entonces, llamó con alegría a su familia, y todos fueron a la iglesia con velas e incienso, y tan pronto como vieron que el icono brillaba más que el sol, tras haberse postrado ante él, comenzaron a besarla con gran devoción.
Luego se
dirigieron al monasterio, y le relataron el milagro al higúmeno, tras lo cual ambos fueron por Alipio. Pero cuando entraron en su celda, el santo ya estaba a punto de dejar este mundo. El higúmeno le preguntó, "Alipio,
quién y de qué modo fue
escrito el icono?" A continuación, el Santo iconógrafo les contó
todo lo que había visto, que había sido un ángel el que lo
escribió, y que ahora ese mismo ángel estaba allí junto a él y quería llevarlo con él. Dicho esto, el
Santo se durmió en el Señor. En ese mismo momento, su cuerpo fue enterrado en la gruta de San
Antonio, mientras que su alma, radiante por la semejanza divina, partió
para ornar la
corte celestial. Según los hagiógrafos rusos, San Alipio falleció en 1114, y en el menologio eslavo su fiesta se celebra el 17 de agosto. Entre sus obras se encuentran un icono de la Madre de Dios en Rostov, y la de los santos Boris y Gleb, que,
según Sementovsky, se encontraba en el
siglo XII en Santa Sofía de Constantinopla.
bibliografía
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